viernes, 6 de marzo de 2009

El kimono de un cobarde
Alberto Fujimori, valiente tío, es un cobarde.
Lo demostró cuando un grupo de militares constitucionalistas intentó deponerlo: corrió a refugiarse en la Embajada de Japón.
Cuando el peligro había pasado, telefoneó, temblorosamente, a su brazo derecho: -Vladimiro, ¿ya puedo salir?
En el próximo Día Internacional de la Mujer las damas deberían recordar lo que él hizo con Susana Higuchi, su esposa, a la que encerró e incomunicó primero, y luego impidió el acceso a su hogar, en Palacio.
A renglón seguido la hizo perseguir por agentes de Inteligencia.
Doña Susana ha informado que éstos llegaron a torturarla.
La cobardía puede ser un virus contagioso.
¿La señora Keiko Fujimori ha olvidado esos episodios?
¿Ha olvidado que su padre se jactó de esa bajeza cuando recordó que su hazaña era comparable con la de Carlos Saúl Menem, el valeroso mandatario y ladrón argentino que prohibió el ingreso de su esposa, Zulema Yoma, a la residencia presidencial?
El mismo ánimo mostró Fujimori después de que los secuestradores del MRTA habían sido victimados en la Embajada del Japón.
Inolvidable es su gesto de triunfador paseando sobre cadáveres.
Alcanzó toda la altura de su bajeza cuando envió por fax desde un país asiático su renuncia al cargo más alto de la República.
No quiso regresar al Perú, para asumir sus crímenes y su traición al país que lo había encumbrado.
La cobardía de Fujimori se ha exhibido en muchas otras ocasiones.
Por ejemplo, cuando, refugiado en Chile, echó a los militares la culpa de la represión y las matanzas ocurridas bajo su presidencia y que él había ordenado.
Estos pusilánimes, que son feroces cuando ejercen el poder, se parecen hasta en el miedo que le tienen a la justicia.
Menem se niega a comparecer ante la Corte que lo juzga por el artero contrabando de armas enviadas a Ecuador durante el conflicto del Cenepa.
El arsenal, el voluminoso arsenal, estaba destinado a matar peruanos y a poner en peligro nuestra integridad territorial.
Por su parte, Fujimori, amilanado colega de Menem, tiembla ahora ante la idea de pasar largos años en la cárcel, él, a quien no le temblaba el pulso para ordenar el asesinato de campesinos y estudiantes, y la prisión de inocentes.
Cuando los fujimoristas hablan de cobardía están mentando la soga en casa del ahorcable. Fujimori es un caso de cobardía agravada.
Por eso se refugió durante años en la nacionalidad japonesa y buscó, con módica fortuna, un asiento en la Dieta japonesa.
Por eso se escondió bajo las faldas de una mujer cuando disfrutaba en Japón de la ostentosa riqueza que había acumulado en el Perú, no precisamente mediante el trabajo.
Keiko debe de saberlo.
La cobardía no es rasgo típico de los varones japoneses.
En ese sentido, Fujimori es un japonés desnaturalizado.
César Lévano cesar.levano@diariolaprimeraperu.com

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